Cuenta la leyenda, que mucho antes de que reinara
la paz en el continente de Hyperonte, sus tierras se dividían en pequeños
reinos que luchaban constantemente por ampliar sus territorios. Dos reyes enemigos, Kotkan y Áviko fueron
apoderándose poco a poco de todos los territorios del noroeste de Hyperonte,
mientras que el este estaba en continuo conflicto por la gran cantidad de
pequeños ejércitos que se enfrentaban entre sí. Más había un reino llamado
Étela, el más pequeño de todos, situado en la parte más al sur del continente, el
cual estaba gobernado por un miedoso rey llamado Sïmanio.
El rey pasaba
todas sus noches en vela por temor a ser atacado y despojado de su preciado
trono. Su ejército era tan pequeño que no habría sobrevivido ni tres segundos
ante el ataque de cualquier ejército enemigo. Sïmanio rezó a todos los dioses
para que le protegieran, pidió consejo a todos sus súbditos, pero fue un
anciano aldeano de su reino el que le habló de alguien que quizás pudiese ser
la respuesta a sus plegarias. Se trataba de Sorcistina, una temida bruja que,
según los cuentos populares del lugar, habitaba en una isla cercana después de
haber sido desterrada allí por un antiguo rey por haber cometido crímenes tales
como el secuestro y asesinato de niños. Al principio Sïmanio no creyó al
anciano, pues creía que aquella antigua historia era un simple cuento para
asustar a los niños. Pero entonces, llegó el rumor de que Kotkan, uno de los
dos reyes más poderosos del momento, planeaba tomar Étela para avanzar hacia el
norte desde allí y tomar Hyperonte por completo. Aquello aterró por completo al
rey y fue entonces cuando decidió navegar hacia aquella isla abandonada junto a
una docena de soldados.
Al llegar a la pequeña isla de Sorcistina, el rey y
sus soldados no encontraron mas que una montaña rocosa, toda llena de oscuridad
y negras piedras. Sïmanio perdió
entonces todas sus esperanzas y cayó de rodillas en el suelo, llorando por toda
la destrucción y muerte que se avecinaban. Pero entonces, algo se iluminó en lo alto de
la montaña. Uno de los soldados avisó al rey, aún postrado en el suelo, y
señaló con su dedo índice aquella misteriosa luz en la cima. Sïmanio se levantó de repente y, con voz
temblorosa, gritó :
-Soy Sïmanio, rey de la tierra de Étela, y desearía
hablar con la bruja Sorcistina.
De pronto, de las faldas de aquella rocosa montaña,
apareció una puerta. El rey, aterrado, les ordenó a sus soldados que la
abriesen. Uno de ellos se acercó y puso su mano en el dorado pomo. Tras unos
segundos, el asustado soldado intentó girarlo más la puerta no se abrió. El rey
ordenó entonces a otro soldado que lo hiciese pero ninguno de los doce soldados
pudo hacerlo. Nervioso y enfadado, después de que sus soldados intentasen abrir
la puerta durante largo rato, fue el mismísimo rey el que se acercó a la
misteriosa puerta en la roca. “¡No puede
ser tan difícil abrir una simple puerta de madera, inútiles!” gritó
mientras ponía su mano en el pomo. Más esta vez, no hubo problema alguno al
girarlo. La puerta se abrió dulcemente, dejando ver en su interior unas escaleras en espiral que llevaban
montaña arriba. El rey cruzó el umbral
de la puerta y les dijo a sus soldados que le siguiesen. Pero cuando los
soldados intentaron cruzar, un muro invisible les impidió el paso. Fue entonces
cuando el rey comprendió que quienquiera que hubiese en la cima de la montaña,
quería hablar únicamente con él.
Sïmanio comenzó a subir aquellas escaleras y
conforme iba avanzando, unas antorchas se encendían de la nada, alumbrando su empinado
camino. Aquellas escaleras en la roca parecían no tener final, llenando de
sudor la cara del agotado rey. Pero finalmente llegó a una gran puerta de
hierro que se abrió sola cuando Sïmanio se acercó a ella. La puerta escondía
una gran habitación, llena de decoración, estanterías repletas de libros, mesas
y muebles de todo tipo, dorados candelabros, extraños objetos que no llegaba a
reconocer y una hermosa cama, engalanada con blancas y brillantes sábanas y
cojines de seda. Al fondo, pudo distinguir una silueta de alguien que miraba
por la ventana de espaldas a él. Sïmanio tragó saliva, asustado, esperando ver
a la malvada bruja de cuento, la cual imaginaba llena de arrugas y con una
larga nariz picuda. Repentinamente, se
oyó una dulce y calmada voz procedente de la silueta de la ventana:
-
Aquí me tenéis, Sïmanio, rey de la tierra de
Étela, pues yo soy aquella con la que deseáis hablar.
-
¿Y bien? ¿qué deseáis?-dijo Sorcistina.
Sïmanio
había quedado atónito ante la belleza de la bruja pero tras unos segundos, el
rey reaccionó y respondió:
-
He venido a solicitar vuestra ayuda, bella
Sorcistina, pues mi pequeño y humilde reino corre peligro de ser brutalmente
aniquilado por un malvado rey del oeste y su numeroso ejército. Un anciano
aldeano de Étela me recomendó venir a veros. Sois nuestra última esperanza.
-
¿Y por qué habría de ayudaros?-respondió la
bruja enfadada. Tras unos segundos y un suspiro prosiguió hablando.-Yo fui
habitante de vuestro reino, mi señor, y serví a uno de vuestros predecesores. A
veces me pedía consejo y yo, humildemente, se lo daba. Mas un día, jóvenes
niños de la aldea comenzaron a desaparecer y empezó a correr el rumor de que era
yo la responsable de aquellos hechos. Yo predije lo que iba a suceder: los
aldeanos vendrían a mi puerta con hachas y antorchas con la intención de acabar
con mi vida sin una mísera prueba de culpabilidad. Sin embargo, yo decidí
adelantarme y evitar aquella injusticia, abandonando por mi cuenta Étela y
refugiándome en esta rocosa isla. Pero antes de irme, decidí acabar con la vida
de aquel que tantas otras había arrebatado injustamente y cuyos crímenes a mí
habían sido atribuidos: el rey. Aquel que venía a pedirme consejo y a que
leyera en los astros su futuro, tenía como diversión secuestrar, torturar y
asesinar a pequeñas criaturas que apenas habían empezado a vivir.
Sïmanio quedó perplejo ante la historia que
Sorcistina le había contado, pero a pesar de aquello, lo que más le seguía
importando era conseguir la ayuda de la bruja para enfrentarse al ejército de
Kotkan.
-Vuestras palabras me entristecen, mi señora.-dijo
el rey arrodillándose a los pies de la bella Sorcistina. –Sin duda mi pueblo
fue injusto con vos. Pero aquí me tenéis, arrodillado a vuestros pies, para
pediros perdón en nombre del reino de Étela.
Aquellas palabras sorprendieron a Sorcistina, que
había pasado años en soledad odiando a aquellos que la repudiaron.
-Por favor, mi señora, aceptad mis más sinceras
disculpas y concededme este favor que os pido.
La vida de mi pueblo está en juego.
Por primera vez en largo tiempo, Sorcistina sintió
que aquellas palabras eran sinceras y que aquel hombre, arrodillado a sus pies,
no quería más que la paz para su reino.
Pero hubo otro sentimiento que sorprendió a Sorcistina. Al escuchar la
voz del rey y mirarle a los ojos mientras le suplicaba, cayó completamente
enamorada de Sïmanio, quizás por su ingenuidad o por los largos años que había
pasado en soledad.
Finalmente,
Sorcistina aceptó ayudar al rey de Étela y viajó con este y sus soldados hasta
el lugar del cual una vez fue desterrada. En la aldea, todos estaban
sorprendidos, pues la malvada bruja de la que tanto habían oído hablar, no era
más que una versión totalmente opuesta a la realidad. La esperanza había vuelto
a los habitantes de Étela. Sin embargo, los ejércitos enemigos estaban cada vez
más cerca y preparados para atacar. Nadie sabía de qué modo iba Sorcistina a
ayudar a los soldados del reino.
Todos
estaban impacientes por oír lo que la bruja tenía que decir. Mas cuando los
ejércitos de Kotkan estaban listos para el ataque, Sorcistina le dijo al
aterrado rey Sïmanio que no mandase a ningún soldado a la batalla. Todos
quedaron confundidos. ¿Qué pretendía la bruja? ¿Acaso quería condenar al reino
a una muerte segura? Entonces, Sorcistina comunicó al rey y al pueblo que sólo
ella iría al campo de batalla. Y así fue, la bruja abandonó el castillo del
rey, dejando a todos confusos y asustados, y se dirigió a la pradera donde el
ejército del Oeste se preparaba para enfrentarse a los escasos soldados de
Étela. Cuando éstos, centenares de soldados con caballos, lanzas, espadas y
catapultas, vieron aproximarse a aquella hermosa mujer, echaron a reír. ¿Una
sola mujer pretendía enfrentarse a aquel poderoso ejército? Pensaron que debía
tratarse de una broma. Mientras tanto,
Sïmanio observaba desde las murallas de su castillo lo que ocurría a lo lejos y
seguía sin entender lo que Sorcistina pretendía. Cuando la bruja llegó a escasos metros de los soldados, que
permanecían quietos y seguían riendo ante lo que sus ojos veían, paró en seco frente a la primera línea de
soldados. Tras unos segundos de silencio e incertidumbre, Sorcistina, sin
mediar palabra, cerró sus ojos y alzó sus brazos hacía el nublado cielo.
Entonces, su cuerpo comenzó a emanar una brillante luz verde. Era tan intensa,
que los ojos de aquellos que observaban desde las murallas no la podían soportar. Mas cuando abrieron los
ojos, habiendo ya desaparecido aquel insoportable resplandor, miraron al
horizonte donde se encontraba el temible y numeroso ejercito y no vieron más
que a Sorcistina y a la pradera cubierta de ceniza.
Todos se quedaron sin palabras. La bruja había
hecho desaparecer a centenares de hombres en menos de un segundo. Al principio
sintieron miedo, pero luego se dieron cuenta de que Étela estaba por fin a
salvo y estallaron en gritos de júbilo. El rey en persona cogió su caballo y se
dirigió al lugar donde permanecía Sorcistina. Al llegar, el rey bajó de su
caballo, se acercó lentamente a Sorcistina y se arrodilló por segunda vez ante
ella.
-Gracias, mi señora, gracias. Habéis salvado a mi
reino.
Entonces Sorcistina, tocó en el hombro a Sïmanio
para que se levantase.
-He cumplido el favor que me pedisteis, más ahora
os pido yo otro a vos.-respondió la bruja mirando fijamente al rey.
-Todo lo que esté en mi mano será vuestro, poderosa
dama. Étela estará en eterna deuda con vos.
-Sólo deseo una cosa, mi señor.-Entonces Sorcistina
llevó su mano a la mejilla del rey y la acarició con suavidad.-Deseo que me
hagáis vuestra esposa, pues desde el momento en que llegasteis a la isla, os
amo como nunca he amado antes. –dijo con lágrimas en los ojos.
-Deseo concedido, mi señora, pues el sentimiento os
es correspondido.-dijo Sïmanio poniendo su mano sobre la de la bruja.
La boda fue
festejada por todo lo alto. Todos los habitantes de Étela acudieron al enlace.
La felicidad inundaba el reino. Mas había alguien que no era tan feliz como
deseaba. Sïmanio creyó tener en sus manos la llave para dominar todo Hyperonte
y convertirse en el rey más poderoso de todos, por lo que Étela no era
suficiente para él. Entonces trazó un plan para conseguir su propósito:
convencería a Sorcistina para atacar otros reinos diciéndole que suponían una
amenaza para Étela y sabía que no sería tarea difícil pues la bruja estaba
completamente enamorada de él y haría cualquier cosa que su amado le pidiese. Y
así fue. Comenzó atacando el reino del norte y, pasado un tiempo, volvía a
convencer a Sorcistina para atacar otro reino. De este modo, el territorio
dominado por Sïmanio se extendió por todo el este del continente, estableciendo
su capital en el norte, en una ciudad que bautizó como Simainem. Ante tal
situación, los reyes Kotkan y Áviko decidieron aliarse y reunir un ejército
capaz de derrotar al que, creían, Sïmanio poseía.
Sorcistina estaba
agotada y decepcionada de nuevo con el pueblo que la rechazó una vez, pues se dio
cuenta de que las ansias de poder de Sïmanio no tenían límite. Se sentía
ultrajada y enfadada consigo misma, pues se había enamorado de alguien que la
engañó con dulces palabras. Mas no pensaba tolerar aquella situación ni un
minuto más. Un ejército con miles de guerreros se aproximaba a Simainem,
guerreros que habían sido enemigos entre sí no mucho tiempo atrás. A Sïmanio no
le preocupaba, pues sabía que su esposa acabaría con ellos en un santiamén,
como había hecho tantas veces antes. El
rey estaba tomando su almuerzo cuando un sirviente asustado le avisó de que un
enorme ejército, como no había visto jamás, se aproximaba a la ciudad. Entonces
Sïmanio, mientras masticaba un trozo de pavo asado, le dijo a su esposa: “Ya sabes lo que tienes que hacer”. Sorcistina
se levantó de la mesa para proceder a realizar aquella proeza que había llevado
a su esposo a ser el rey más poderoso de Hyperonte, mas cuando iba a cruzar el
umbral de la puerta del comedor, se giró para mirar a Sïmanio pues esa sería la
última vez que lo viese.
El poderoso
ejército de Kotkan y Áviko estaba listo para enfrentarse a las fuerzas del rey
que, en escasos meses, había sido capaz de conquistar todo el este del
continente. Sorcistina acudió, tal y como había hecho antes, frente a los
soldados enemigos listos para atacar.
Pero esta vez, habló:
-Valientes
guerreros, soldados, muchachos, Hyperonte ha sido testigo ya de demasiada
muerte. La avaricia de mi esposo le ha llevado a la locura y yo he sido la
responsable de ello. Dejad de luchar y volved a vuestros hogares pues la
guerra…ha acabado.
Los soldados se
miraron unos a otros confundidos, pero antes de poder reaccionar, un resplandor
verde les cegó por completo durante unos segundos. Al abrir los ojos, la bruja
había desaparecido, al igual que la hierba y árboles cercanos, convirtiendo en
desierto toda la zona. Sin embargo, todos los soldados estaban sanos, ninguno
había sufrido daño. En el lugar en el que había estado Sorcistina, había
aparecido una enorme roca de color verdoso en la que se podían leer las últimas palabras de la
bruja:
Con el fin de mi existencia
desaparece mi poder,capaz de vencer a cualquier otro.Mas mi esperanza y amor por este mundome hace dejaros con este legado,el cual dejo aquí como último deseo en vida:Cuando una oscuridad,más peligrosa que ninguna otra,amenace las tierras de Nïlam,poniendo en peligro la continuidad de su existencia,mi poder renaceráde la unión de la naturaleza y el hombre,con el único propósito de salvar a esta tierrade su fin.
Tras leerlo, los
soldados decidieron abandonar el lugar y volver a sus hogares con sus familias,
tal y como Sorcistina les había dicho antes de inmolarse. Cuando las noticias
de lo ocurrido llegaron a Sïmanio, enloqueció por completo. Había perdido su
arma, la que le iba a convertir en el rey más poderoso de todos los tiempos.
Nada le importaba haber perdido a su esposa, pues su deseo de poder era más
potente que cualquier otro sentimiento que su cuerpo pudiese albergar. Comenzó
a hablar solo, a comportarse de un modo que llegó a asustar a su, ahora
inmenso, pueblo. Más en un brote de
locura, decidió colgar una soga del techo de la torre más alta de su castillo y
acabar con su vida.
v
Áviko se convirtió
en el rey del Norte y Kotkan, en el rey del Oeste. Pasarían muchos años hasta
que las tierras de Sïmanio volviesen a tener un rey pero una vez ocurrido esto,
los tres reinos vivieron en paz. Sin embargo, las palabras que Sorcistina había
dejado escritas en aquella piedra se convertirían en algo muy importante para
aquellos tres reinos. Todos los habitantes de Hyperonte deseaban que jamás
renaciese un poder como el que Sorcistina poseía, pues significaría que la paz
del mundo de Nïlam se habría acabado.
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