martes, 1 de enero de 2013

Leyendas: La profecía de Sorcistina


            Cuenta la leyenda, que mucho antes de que reinara la paz en el continente de Hyperonte, sus tierras se dividían en pequeños reinos que luchaban constantemente por ampliar sus territorios.  Dos reyes enemigos, Kotkan y Áviko fueron apoderándose poco a poco de todos los territorios del noroeste de Hyperonte, mientras que el este estaba en continuo conflicto por la gran cantidad de pequeños ejércitos que se enfrentaban entre sí. Más había un reino llamado Étela, el más pequeño de todos, situado en la parte más al sur del continente, el cual estaba gobernado por un miedoso rey llamado Sïmanio.

 El rey pasaba todas sus noches en vela por temor a ser atacado y despojado de su preciado trono. Su ejército era tan pequeño que no habría sobrevivido ni tres segundos ante el ataque de cualquier ejército enemigo. Sïmanio rezó a todos los dioses para que le protegieran, pidió consejo a todos sus súbditos, pero fue un anciano aldeano de su reino el que le habló de alguien que quizás pudiese ser la respuesta a sus plegarias. Se trataba de Sorcistina, una temida bruja que, según los cuentos populares del lugar, habitaba en una isla cercana después de haber sido desterrada allí por un antiguo rey por haber cometido crímenes tales como el secuestro y asesinato de niños. Al principio Sïmanio no creyó al anciano, pues creía que aquella antigua historia era un simple cuento para asustar a los niños. Pero entonces, llegó el rumor de que Kotkan, uno de los dos reyes más poderosos del momento, planeaba tomar Étela para avanzar hacia el norte desde allí y tomar Hyperonte por completo. Aquello aterró por completo al rey y fue entonces cuando decidió navegar hacia aquella isla abandonada junto a una docena de soldados.
Al llegar a la pequeña isla de Sorcistina, el rey y sus soldados no encontraron mas que una montaña rocosa, toda llena de oscuridad y negras piedras.  Sïmanio perdió entonces todas sus esperanzas y cayó de rodillas en el suelo, llorando por toda la destrucción y muerte que se avecinaban.  Pero entonces, algo se iluminó en lo alto de la montaña. Uno de los soldados avisó al rey, aún postrado en el suelo, y señaló con su dedo índice aquella misteriosa luz en la cima.  Sïmanio se levantó de repente y, con voz temblorosa, gritó :
-Soy Sïmanio, rey de la tierra de Étela, y desearía hablar con la bruja Sorcistina.
De pronto, de las faldas de aquella rocosa montaña, apareció una puerta. El rey, aterrado, les ordenó a sus soldados que la abriesen. Uno de ellos se acercó y puso su mano en el dorado pomo. Tras unos segundos, el asustado soldado intentó girarlo más la puerta no se abrió. El rey ordenó entonces a otro soldado que lo hiciese pero ninguno de los doce soldados pudo hacerlo. Nervioso y enfadado, después de que sus soldados intentasen abrir la puerta durante largo rato, fue el mismísimo rey el que se acercó a la misteriosa puerta en la roca. “¡No puede ser tan difícil abrir una simple puerta de madera, inútiles!” gritó mientras ponía su mano en el pomo. Más esta vez, no hubo problema alguno al girarlo. La puerta se abrió dulcemente, dejando ver en su interior  unas escaleras en espiral que llevaban montaña arriba.  El rey cruzó el umbral de la puerta y les dijo a sus soldados que le siguiesen. Pero cuando los soldados intentaron cruzar, un muro invisible les impidió el paso. Fue entonces cuando el rey comprendió que quienquiera que hubiese en la cima de la montaña, quería hablar únicamente con él.
Sïmanio comenzó a subir aquellas escaleras y conforme iba avanzando, unas antorchas se encendían de la nada, alumbrando su empinado camino. Aquellas escaleras en la roca parecían no tener final, llenando de sudor la cara del agotado rey. Pero finalmente llegó a una gran puerta de hierro que se abrió sola cuando Sïmanio se acercó a ella. La puerta escondía una gran habitación, llena de decoración, estanterías repletas de libros, mesas y muebles de todo tipo, dorados candelabros, extraños objetos que no llegaba a reconocer y una hermosa cama, engalanada con blancas y brillantes sábanas y cojines de seda. Al fondo, pudo distinguir una silueta de alguien que miraba por la ventana de espaldas a él. Sïmanio tragó saliva, asustado, esperando ver a la malvada bruja de cuento, la cual imaginaba llena de arrugas y con una larga nariz picuda.  Repentinamente, se oyó una dulce y calmada voz procedente de la silueta de la ventana:
-          Aquí me tenéis, Sïmanio, rey de la tierra de Étela, pues yo soy aquella con la que deseáis hablar.

Entonces, la bruja se giró lentamente y resultó no parecerse en nada a la malvada anciana con verrugas que Sïmanio había imaginado. Tenía una piel de aspecto tan suave como el terciopelo, casi tan clara como su blanco y largo vestido. Su pelo era liso y negro como el carbón y le caía suavemente por la espalda hasta la cintura. Sus ojos eran de un color tan azul como el cielo de Étela y casi se podía ver en ellos a un centenar de gaviotas de brillante plumaje volar. Sus labios eran finos, pero del mismo color que los cabellos de la diosa Cleónida.  Era la mujer más hermosa que el rey había visto jamás, pero su rostro reflejaba una profunda tristeza.  
-          ¿Y bien? ¿qué deseáis?-dijo Sorcistina.
Sïmanio había quedado atónito ante la belleza de la bruja pero tras unos segundos, el rey reaccionó y respondió:
-          He venido a solicitar vuestra ayuda, bella Sorcistina, pues mi pequeño y humilde reino corre peligro de ser brutalmente aniquilado por un malvado rey del oeste y su numeroso ejército. Un anciano aldeano de Étela me recomendó venir a veros. Sois nuestra última esperanza.
-          ¿Y por qué habría de ayudaros?-respondió la bruja enfadada. Tras unos segundos y un suspiro prosiguió hablando.-Yo fui habitante de vuestro reino, mi señor, y serví a uno de vuestros predecesores. A veces me pedía consejo y yo, humildemente, se lo daba. Mas un día, jóvenes niños de la aldea comenzaron a desaparecer y empezó a correr el rumor de que era yo la responsable de aquellos hechos. Yo predije lo que iba a suceder: los aldeanos vendrían a mi puerta con hachas y antorchas con la intención de acabar con mi vida sin una mísera prueba de culpabilidad. Sin embargo, yo decidí adelantarme y evitar aquella injusticia, abandonando por mi cuenta Étela y refugiándome en esta rocosa isla. Pero antes de irme, decidí acabar con la vida de aquel que tantas otras había arrebatado injustamente y cuyos crímenes a mí habían sido atribuidos: el rey. Aquel que venía a pedirme consejo y a que leyera en los astros su futuro, tenía como diversión secuestrar, torturar y asesinar a pequeñas criaturas que apenas habían empezado a vivir.
Sïmanio quedó perplejo ante la historia que Sorcistina le había contado, pero a pesar de aquello, lo que más le seguía importando era conseguir la ayuda de la bruja para enfrentarse al ejército de Kotkan.
-Vuestras palabras me entristecen, mi señora.-dijo el rey arrodillándose a los pies de la bella Sorcistina. –Sin duda mi pueblo fue injusto con vos. Pero aquí me tenéis, arrodillado a vuestros pies, para pediros perdón en nombre del reino de Étela.
Aquellas palabras sorprendieron a Sorcistina, que había pasado años en soledad odiando a aquellos que la repudiaron.
-Por favor, mi señora, aceptad mis más sinceras disculpas y concededme este favor que os pido.  La vida de mi pueblo está en juego.
Por primera vez en largo tiempo, Sorcistina sintió que aquellas palabras eran sinceras y que aquel hombre, arrodillado a sus pies, no quería más que la paz para su reino.  Pero hubo otro sentimiento que sorprendió a Sorcistina. Al escuchar la voz del rey y mirarle a los ojos mientras le suplicaba, cayó completamente enamorada de Sïmanio, quizás por su ingenuidad o por los largos años que había pasado en soledad.
Finalmente, Sorcistina aceptó ayudar al rey de Étela y viajó con este y sus soldados hasta el lugar del cual una vez fue desterrada. En la aldea, todos estaban sorprendidos, pues la malvada bruja de la que tanto habían oído hablar, no era más que una versión totalmente opuesta a la realidad. La esperanza había vuelto a los habitantes de Étela. Sin embargo, los ejércitos enemigos estaban cada vez más cerca y preparados para atacar. Nadie sabía de qué modo iba Sorcistina a ayudar a los soldados del reino.
 Todos estaban impacientes por oír lo que la bruja tenía que decir. Mas cuando los ejércitos de Kotkan estaban listos para el ataque, Sorcistina le dijo al aterrado rey Sïmanio que no mandase a ningún soldado a la batalla. Todos quedaron confundidos. ¿Qué pretendía la bruja? ¿Acaso quería condenar al reino a una muerte segura? Entonces, Sorcistina comunicó al rey y al pueblo que sólo ella iría al campo de batalla. Y así fue, la bruja abandonó el castillo del rey, dejando a todos confusos y asustados, y se dirigió a la pradera donde el ejército del Oeste se preparaba para enfrentarse a los escasos soldados de Étela. Cuando éstos, centenares de soldados con caballos, lanzas, espadas y catapultas, vieron aproximarse a aquella hermosa mujer, echaron a reír. ¿Una sola mujer pretendía enfrentarse a aquel poderoso ejército? Pensaron que debía tratarse de una broma.  Mientras tanto, Sïmanio observaba desde las murallas de su castillo lo que ocurría a lo lejos y seguía sin entender lo que Sorcistina pretendía.  Cuando la bruja  llegó a escasos metros de los soldados, que permanecían quietos y seguían riendo ante lo que sus ojos veían,  paró en seco frente a la primera línea de soldados. Tras unos segundos de silencio e incertidumbre, Sorcistina, sin mediar palabra, cerró sus ojos y alzó sus brazos hacía el nublado cielo. Entonces, su cuerpo comenzó a emanar una brillante luz verde. Era tan intensa, que los ojos de aquellos que observaban desde las murallas no  la podían soportar. Mas cuando abrieron los ojos, habiendo ya desaparecido aquel insoportable resplandor, miraron al horizonte donde se encontraba el temible y numeroso ejercito y no vieron más que a Sorcistina y a la pradera cubierta de ceniza.
Todos se quedaron sin palabras. La bruja había hecho desaparecer a centenares de hombres en menos de un segundo. Al principio sintieron miedo, pero luego se dieron cuenta de que Étela estaba por fin a salvo y estallaron en gritos de júbilo. El rey en persona cogió su caballo y se dirigió al lugar donde permanecía Sorcistina. Al llegar, el rey bajó de su caballo, se acercó lentamente a Sorcistina y se arrodilló por segunda vez ante ella.
-Gracias, mi señora, gracias. Habéis salvado a mi reino.
Entonces Sorcistina, tocó en el hombro a Sïmanio para que se levantase.
-He cumplido el favor que me pedisteis, más ahora os pido yo otro a vos.-respondió la bruja mirando fijamente al rey.
-Todo lo que esté en mi mano será vuestro, poderosa dama. Étela estará en eterna deuda con vos.
-Sólo deseo una cosa, mi señor.-Entonces Sorcistina llevó su mano a la mejilla del rey y la acarició con suavidad.-Deseo que me hagáis vuestra esposa, pues desde el momento en que llegasteis a la isla, os amo como nunca he amado antes. –dijo con lágrimas en los ojos.
-Deseo concedido, mi señora, pues el sentimiento os es correspondido.-dijo Sïmanio poniendo su mano sobre la de la bruja.
                                                       v   
          La boda fue festejada por todo lo alto. Todos los habitantes de Étela acudieron al enlace. La felicidad inundaba el reino. Mas había alguien que no era tan feliz como deseaba. Sïmanio creyó tener en sus manos la llave para dominar todo Hyperonte y convertirse en el rey más poderoso de todos, por lo que Étela no era suficiente para él. Entonces trazó un plan para conseguir su propósito: convencería a Sorcistina para atacar otros reinos diciéndole que suponían una amenaza para Étela y sabía que no sería tarea difícil pues la bruja estaba completamente enamorada de él y haría cualquier cosa que su amado le pidiese. Y así fue. Comenzó atacando el reino del norte y, pasado un tiempo, volvía a convencer a Sorcistina para atacar otro reino. De este modo, el territorio dominado por Sïmanio se extendió por todo el este del continente, estableciendo su capital en el norte, en una ciudad que bautizó como Simainem. Ante tal situación, los reyes Kotkan y Áviko decidieron aliarse y reunir un ejército capaz de derrotar al que, creían, Sïmanio poseía.
          Sorcistina estaba agotada y decepcionada de nuevo con el pueblo que la rechazó una vez, pues se dio cuenta de que las ansias de poder de Sïmanio no tenían límite. Se sentía ultrajada y enfadada consigo misma, pues se había enamorado de alguien que la engañó con dulces palabras. Mas no pensaba tolerar aquella situación ni un minuto más. Un ejército con miles de guerreros se aproximaba a Simainem, guerreros que habían sido enemigos entre sí no mucho tiempo atrás. A Sïmanio no le preocupaba, pues sabía que su esposa acabaría con ellos en un santiamén, como había hecho tantas veces antes.  El rey estaba tomando su almuerzo cuando un sirviente asustado le avisó de que un enorme ejército, como no había visto jamás, se aproximaba a la ciudad. Entonces Sïmanio, mientras masticaba un trozo de pavo asado, le dijo a su esposa: “Ya sabes lo que tienes que hacer”. Sorcistina se levantó de la mesa para proceder a realizar aquella proeza que había llevado a su esposo a ser el rey más poderoso de Hyperonte, mas cuando iba a cruzar el umbral de la puerta del comedor, se giró para mirar a Sïmanio pues esa sería la última vez que lo viese.
       El poderoso ejército de Kotkan y Áviko estaba listo para enfrentarse a las fuerzas del rey que, en escasos meses, había sido capaz de conquistar todo el este del continente. Sorcistina acudió, tal y como había hecho antes, frente a los soldados enemigos listos para atacar.  Pero esta vez, habló:
       -Valientes guerreros, soldados, muchachos, Hyperonte ha sido testigo ya de demasiada muerte. La avaricia de mi esposo le ha llevado a la locura y yo he sido la responsable de ello. Dejad de luchar y volved a vuestros hogares pues la guerra…ha acabado.
       Los soldados se miraron unos a otros confundidos, pero antes de poder reaccionar, un resplandor verde les cegó por completo durante unos segundos. Al abrir los ojos, la bruja había desaparecido, al igual que la hierba y árboles cercanos, convirtiendo en desierto toda la zona. Sin embargo, todos los soldados estaban sanos, ninguno había sufrido daño. En el lugar en el que había estado Sorcistina, había aparecido una enorme roca de color verdoso en la que se podían leer las últimas palabras de la bruja:
Con el fin de mi existencia

desaparece mi poder,
capaz de vencer a cualquier otro.
Mas mi esperanza y amor por este mundo
me hace dejaros con este legado,
el cual dejo aquí como último deseo en vida:
Cuando una oscuridad,
más peligrosa que ninguna otra,
 amenace las tierras de Nïlam,
poniendo en peligro la continuidad de su existencia,
mi poder renacerá
 de la unión de la naturaleza y el hombre,
con el único propósito de salvar a esta tierra
de su fin.
      Tras leerlo, los soldados decidieron abandonar el lugar y volver a sus hogares con sus familias, tal y como Sorcistina les había dicho antes de inmolarse. Cuando las noticias de lo ocurrido llegaron a Sïmanio, enloqueció por completo. Había perdido su arma, la que le iba a convertir en el rey más poderoso de todos los tiempos. Nada le importaba haber perdido a su esposa, pues su deseo de poder era más potente que cualquier otro sentimiento que su cuerpo pudiese albergar. Comenzó a hablar solo, a comportarse de un modo que llegó a asustar a su, ahora inmenso, pueblo.  Más en un brote de locura, decidió colgar una soga del techo de la torre más alta de su castillo y acabar con su vida.
v   
        Áviko se convirtió en el rey del Norte y Kotkan, en el rey del Oeste. Pasarían muchos años hasta que las tierras de Sïmanio volviesen a tener un rey pero una vez ocurrido esto, los tres reinos vivieron en paz. Sin embargo, las palabras que Sorcistina había dejado escritas en aquella piedra se convertirían en algo muy importante para aquellos tres reinos. Todos los habitantes de Hyperonte deseaban que jamás renaciese un poder como el que Sorcistina poseía, pues significaría que la paz del mundo de Nïlam se habría acabado. 

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